Blog Católico de Javier Olivares, jubilado
Te gustará este cuento de
El gran árbol
El gran árbol
En el centro de un
gran bosque había un gran árbol, un magnífico árbol para los que lo veían. A su
sombra se sentaban a descansar los caminantes y en sus ramas los pájaros
construían sus nidos.
Pero un día las
ramas dijeron:
- ¿Veis lo importantes
que somos? Causamos la admiración de todos los que nos ven y los pájaros están
muy contentos de vivir con nosotras... Además, ¡qué colorido tan maravilloso
tienen nuestras hojas!
¿Qué tenemos
nosotras que ver con ese sucio y gordo tronco, tan feo y horrible, y cuánto
menos con esas apestantes raíces que están todo el día bajo tierra? Y
decidieron que desde aquel día vivirían solas sin necesitar de nadie.
El tronco por su
lado dijo:
- ¿Qué sería del
árbol sin mí? Soy quien sustenta a las ramas y doy vigor a todo el árbol. Si yo
no estuviese aquí las ramas no tendrían fundamento ni savia que les dieses
colorido y vida... Soy, ciertamente, el más fuerte e importante.
- Nosotras sí que
somos bien importantes, dijeron las raíces. El árbol no podría subsistir sin
nosotras que absorbemos de la tierra la sustancia con la que producimos el
alimento que sustenta al tronco y a las hojas. Por eso, no tenemos nada que ver
con ese tronco tan antipático y gordo, y menos con esas ramas tan creídas.
Desde hoy nos alimentaremos nosotras solas y no daremos nuestra savia a nadie. Y así hicieron.
El gran árbol
comenzó a secarse. Las hojas se cayeron y el tronco se quedó sin una gota de
savia. Las raíces estaban más tristes que nunca. Los pájaros abandonaron los nidos
construidos en las ramas y la gente, que pasaba por el bosque, ya no se sentaba
a tomar la sombra... Todo el bosque estaba muy triste porque el gran árbol se
estaba muriendo.
Pero poco a poco
las raíces, las ramas y el tronco se dieron cuenta de que no podían vivir
separados, que estaban hechos unos para otros y que la importancia no era de
cada uno, sino del árbol que todos formaban...
Así que las raíces
dejaron de guardarse la savia sólo para ellas y se la dieron al tronco. Este,
al principio, se negaba a participar, pero al fin también colaboró. Las ramas
se alegraron al recibir la primera gota de savia y pidieron perdón al tronco y
a las raíces por haberlos despreciado.
Todo volvió a ser
como antes. Los pájaros siguieron anidando en las ramas y la gente sigue
tomando la sombra bajo su copa.
El árbol ya está
de nuevo feliz y el bosque se alegra con él.
(De
Imágenes de la fe, 34)
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