jueves, 21 de abril de 2016

TODOS SOMOS IGUALES Una historia nº 25

Blog Católico de Javier Olivares, jubilado


Una historia nº 25
que nos enseña a seguir el plan de Dios
por sobre todas las cosas.

TODOS SOMOS IGUALES
(Aportación de nuestra amiga Angélica García Schneider)

El que es bueno, de la bondad que atesora en el corazón produce el bien; pero el que es malo, de su maldad produce el mal, porque de lo que abunda en el corazón habla la boca. Lucas 6:45

En un pueblo gobernaba un hombre, famoso por sus abusos de autoridad y su desprecio hacia las clases más humildes. Con frecuencia hacía fiestas a las cuales invitaba sólo a la gente más acaudalada de la localidad, gente como él, indiferente a las necesidades de los pobres.

Un día llegó al pueblo el señor Freyman, un empresario muy rico, quien pensaba instalar una gran industria en el lugar, lo cual significaría un gran progreso y fuentes de trabajo para los lugareños. El mismo gobernador fué a recibir al empresario, le ofreció su casa y lo acompañó a ver el terreno.

Esa noche, ofreció una fiesta en su honor, en donde, como siempre se reuniría la crema y nata del pueblo.

Estaban en medio del banquete, cuando a un mozo se le cayó una bandeja con vasos, haciéndose trizas en el suelo, justo enfrente del gobernador y su invitado.

¡Pero que no te fijas imbécil?- le gritó el gobernador al muchacho, quien muy asustado procedió a recoger los vidrios. El hombre no cesó de insultarlo, hasta que terminó de recoger todo. El empresario se quedó observando la escena, muy conmovido y también indignado, pero lo disimuló.

Después que se hubo ido el muchacho, se dirigió al gobernador: - Señor gobernador...¿le puedo hacer una pregunta? - Por supuesto, mi estimado señor Freyman- respondió zalamero el gobernador. - ¿Si esos vasos se me hubieran caído a mí, qué hubiera pasado?, ¿me habría usted insultado como lo hizo con ese pobre muchacho?

El gobernador se turbó por la pregunta y respondió: - ¡Por supuesto que no señor Freyman, cómo cree! - ¿Y por qué no? También se hubieran roto los vasos. - Pero no es lo mismo...¡cómo iba yo a ofenderlo a usted! - Ah, ¿y por qué a ese muchacho sí? - Pues... es solo un indio... un desarrapado... - Es un ser humano, igual que usted, igual que yo- declaró firmemente el empresario. - ¡Pero cómo se va a comparar con nosotros ese pobre diablo! - Ese pobre diablo, como usted lo llama, merece respeto y consideración. El hecho de no poseer bienes, no hace a un hombre menos merecedor de estos.

Las palabras del empresario se escuchaban claras y decididas en el comedor, pues todos los invitados se habían quedado en silencio, asombrados, viendo como el gobernador, era avergonzado por su invitado de honor.

-¡Ah que señor Freyman, me resultó usted predicador!- trató de bromear el gobernador, para disimular su malestar.

-No, señor gobernador, estoy hablando muy en serio.

-Bueno, pero no es para tanto jeje...

-Pues quiero que sepa, que yo fuí como ese muchacho, yo servía mesas en la taberna de mi pueblo...

-¿Pero cómo es posible?

-Así es, señor gobernador. Yo vengo de una familia muy pobre, empecé a trabajar desde los doce años. No le voy a contar mi historia, pero quiero que sepa que porque he estado abajo, sé cómo se siente ser tratado como usted ha tratado a ese muchacho. Y una cosa le aseguro, yo soy la misma persona, ahora que tengo dinero, que cuando no lo tenía y eso, gracias a los valores que me enseñó mi madre. Porque el hombre no vale por lo que tiene, sino por lo que es. Hay muchos ricos que no valen nada y muchos pobres que valen oro. Todos nacemos igual: sin nada y todos morimos igual: sin nada. No importa si en este mundo fuimos ricos o pobres, cuando lo dejamos, nada material nos llevamos. Todos nos hemos de presentar ante Dios de la misma manera, para El somos todos iguales, así que si para El somos todos iguales, ¿quiénes somos nosotros para hacer diferencias?

El empresario terminó de hablar y calmadamente prosiguió con su cena, dejando a todos consternados y pensativos, especialmente el gobernador, quien esa noche había recibido la lección más grande de su vida.

Porque no hay acepción de personas para con Dios. Romanos 2:11

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