Blog Católico de Javier Olivares, jubilado
Contemplar el Evangelio de hoy

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Evangelio de hoy
Día litúrgico: Miércoles XXXIII del tiempo ordinario
Texto del Evangelio (Lc 19,11-28): En aquel tiempo, Jesús estaba
cerca de Jerusalén y añadió una parábola, pues los que le acompañaban creían
que el Reino de Dios aparecería de un momento a otro. Dijo pues: «Un hombre
noble marchó a un país lejano, para recibir la investidura real y volverse.
Habiendo llamado a diez siervos suyos, les dio diez minas y les dijo: ‘Negociad
hasta que vuelva’. Pero sus ciudadanos le odiaban y enviaron detrás de él una
embajada que dijese: ‘No queremos que ése reine sobre nosotros’.
»Y sucedió que, cuando regresó, después de recibir la investidura
real, mandó llamar a aquellos siervos suyos, a los que había dado el dinero,
para saber lo que había ganado cada uno. Se presentó el primero y dijo: ‘Señor,
tu mina ha producido diez minas’. Le respondió: ‘¡Muy bien, siervo bueno!; ya
que has sido fiel en lo mínimo, toma el gobierno de diez ciudades’. Vino el
segundo y dijo: ‘Tu mina, Señor, ha producido cinco minas’. Dijo a éste: ‘Ponte
tú también al mando de cinco ciudades’. Vino el otro y dijo: ‘Señor, aquí
tienes tu mina, que he tenido guardada en un lienzo; pues tenía miedo de ti,
que eres un hombre severo; que tomas lo que no pusiste, y cosechas lo que no
sembraste’. Dícele: ‘Por tu propia boca te juzgo, siervo malo; sabías que yo
soy un hombre severo, que tomo lo que no puse y cosecho lo que no sembré; pues,
¿por qué no colocaste mi dinero en el banco? Y así, al volver yo, lo habría
cobrado con los intereses’.
»Y dijo a los presentes: ‘Quitadle la mina y dádsela al que tiene
las diez minas’. Dijéronle: ‘Señor, tiene ya diez minas’. ‘Os digo que a todo
el que tiene, se le dará; pero al que no tiene, aun lo que tiene se le quitará.
Y aquellos enemigos míos, los que no quisieron que yo reinara sobre ellos,
traedlos aquí y matadlos delante de mí’».
Y habiendo dicho esto, marchaba por delante subiendo a Jerusalén.
«Negociad hasta que vuelva»
P. Pere SUÑER i Puig SJ
(Barcelona, España)
Hoy, el Evangelio nos propone la parábola de las minas: una
cantidad de dinero que aquel noble repartió entre sus siervos, antes de marchar
de viaje. Primero, fijémonos en la ocasión que provoca la parábola de Jesús. Él
iba “subiendo” a Jerusalén, donde le esperaba la pasión y la consiguiente
resurrección. Los discípulos «creían que el Reino de Dios aparecería de un
momento a otro» (Lc 19,11). Es en estas circunstancias cuando Jesús propone
esta parábola. Con ella, Jesús nos enseña que hemos de hacer rendir los dones y
cualidades que Él nos ha dado, mejor dicho, que nos ha dejado a cada uno. No
son “nuestros” de manera que podamos hacer con ellos lo que queramos. Él nos
los ha dejado para que los hagamos rendir. Quienes han hecho rendir las minas
—más o menos— son alabados y premiados por su Señor. Es el siervo perezoso, que
guardó el dinero en un pañuelo sin hacerlo rendir, el que es reprendido y
condenado.
El cristiano, pues, ha de esperar —¡claro está!— el regreso de
su Señor, Jesús. Pero con dos condiciones, si se quiere que el encuentro sea
amistoso. La primera es que aleje la curiosidad malsana de querer saber la hora
de la solemne y victoriosa vuelta del Señor. Vendrá, dice en otro lugar, cuando
menos lo pensemos. ¡Fuera, por tanto, especulaciones sobre esto! Esperamos con
esperanza, pero en una espera confiada sin malsana curiosidad. La segunda es
que no perdamos el tiempo. La espera del encuentro y del final gozoso no puede
ser excusa para no tomarnos en serio el momento presente. Precisamente, porque
la alegría y el gozo del encuentro final será tanto mejor cuanto mayor sea la
aportación que cada uno haya hecho por la causa del reino en la vida presente.
No falta, tampoco aquí, la grave advertencia de Jesús a los que
se rebelan contra Él: «Aquellos enemigos míos, los que no quisieron que yo
reinara sobre ellos, traedlos aquí y matadlos delante de mí» (Lc 19,27).
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