Blog Católico de Javier Olivares, jubilado
Día litúrgico:
Evangelio del
Domingo XV
(A) del tiempo ordinario
Texto del Evangelio (Mt
13,1-23): Aquel día, salió Jesús de casa y se sentó a orillas del mar. Y se
reunió tanta gente junto a Él, que hubo de subir a sentarse en una barca, y
toda la gente se quedaba en la ribera. Y les habló muchas cosas en parábolas.
Decía: «Una vez salió un
sembrador a sembrar. Y al sembrar, unas semillas cayeron a lo largo del camino;
vinieron las aves y se las comieron. Otras cayeron en pedregal, donde no tenían
mucha tierra, y brotaron enseguida por no tener hondura de tierra; pero en
cuanto salió el sol se agostaron y, por no tener raíz, se secaron. Otras
cayeron entre abrojos; crecieron los abrojos y las ahogaron. Otras cayeron en
tierra buena y dieron fruto, una ciento, otra sesenta, otra treinta. El que
tenga oídos, que oiga».
Y acercándose los
discípulos le dijeron: «¿Por qué les hablas en parábolas?». Él les respondió:
«Es que a vosotros se os ha dado el conocer los misterios del Reino de los
Cielos, pero a ellos no. Porque a quien tiene se le dará y le sobrará; pero a
quien no tiene, aun lo que tiene se le quitará. Por eso les hablo en parábolas,
porque viendo no ven, y oyendo no oyen ni entienden. En ellos se cumple la
profecía de Isaías: ‘Oír, oiréis, pero no entenderéis, mirar, miraréis, pero no
veréis. Porque se ha embotado el corazón de este pueblo, han hecho duros sus
oídos, y han cerrado sus ojos; no sea que vean con sus ojos, con sus oídos
oigan, con su corazón entiendan y se conviertan, y yo los sane’. ¡Pero dichosos
vuestros ojos, porque ven, y vuestros oídos, porque oyen! Pues os aseguro que
muchos profetas y justos desearon ver lo que vosotros veis, pero no lo vieron,
y oír lo que vosotros oís, pero no lo oyeron.
»Vosotros, pues, escuchad
la parábola del sembrador. Sucede a todo el que oye la Palabra del Reino y no
la comprende, que viene el Maligno y arrebata lo sembrado en su corazón: éste
es el que fue sembrado a lo largo del camino. El que fue sembrado en pedregal,
es el que oye la Palabra, y al punto la recibe con alegría; pero no tiene raíz
en sí mismo, sino que es inconstante y, cuando se presenta una tribulación o
persecución por causa de la Palabra, sucumbe enseguida. El que fue sembrado
entre los abrojos, es el que oye la Palabra, pero las preocupaciones del mundo
y la seducción de las riquezas ahogan la Palabra, y queda sin fruto. Pero el
que fue sembrado en tierra buena, es el que oye la Palabra y la comprende: éste
sí que da fruto y produce, uno ciento, otro sesenta, otro treinta».
Comentario
«Salió un sembrador a sembrar»
P. Jorge LORING SJ
(Cádiz, España)
Hoy consideramos la
parábola del sembrador. Tiene una fuerza y un encanto especiales porque es
palabra del propio Señor Jesús.
El mensaje es claro
: Dios
es generoso sembrando, pero la concreción de los frutos de su siembra dependen
también —y a la vez— de nuestra libre correspondencia. Que el fruto depende de
la tierra donde cae es algo que la experiencia de todos los días nos lo
confirma. Por ejemplo, entre alumnos de un mismo colegio y de una misma clase,
unos terminan con vocación religiosa y otros ateos. Han oído lo mismo, pero la
semilla cayó en distinta tierra.
La buena tierra es
nuestro corazón. En parte es cosa de la naturaleza; pero sobre todo depende de
nuestra voluntad. Hay personas que prefieren disfrutar antes que ser mejores.
En ellas se cumple lo de la parábola: las malas hierbas (es decir, las
preocupaciones del mundo y la seducción de las riquezas) «ahogan la Palabra, y
queda sin fruto» (Mt 13,22).
Pero quienes, en cambio,
valoran el ser, acogen con amor la semilla de Dios y la hacen fructificar.
Aunque para ello tengan que mortificarse. Ya lo dijo Cristo: «Si el grano de
trigo no cae en tierra y muere, queda él solo; pero si muere, da mucho fruto»
(Jn 12,24). También nos advirtió el Señor que el camino de la salvación es
estrecho y angosto (cf. Mt 7,14): lo que mucho vale, mucho cuesta. Nada de
valor se consigue sin esfuerzo.
El que se deja llevar de
sus apetitos tendrá el corazón como una selva salvaje. Por el contrario, los
árboles frutales que se podan dan mejor fruto. Así, las personas santas no han
tenido una vida fácil, pero han sido unos modelos para la humanidad. «No todos
estamos llamados al martirio, ciertamente, pero sí a alcanzar la perfección
cristiana. Pero la virtud exige una fuerza que (…) pide una obra larga y muy
diligente, y que no hemos de interrumpir nunca, hasta morir. De manera que esto
puede ser denominado como un martirio lento y continuado» (Pío XII).
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