Blog Católico de Javier Olivares, jubilado
Felicitación de la Navidad y Año Nuevo
del P. Francisco Javier Olivares Chao
Franja.
Día litúrgico: 29 de Diciembre
(Día quinto de la octava de
Navidad)
Texto del Evangelio (Lc 2,22-35): Cuando se cumplieron los días
de la purificación según la Ley de Moisés, llevaron a Jesús a Jerusalén para
presentarle al Señor, como está escrito en la Ley del Señor: Todo varón
primogénito será consagrado al Señor y para ofrecer en sacrificio un par de
tórtolas o dos pichones, conforme a lo que se dice en la Ley del Señor.
Y he aquí que había en Jerusalén un hombre llamado Simeón; este
hombre era justo y piadoso, y esperaba la consolación de Israel; y en él estaba
el Espíritu Santo. Le había sido revelado por el Espíritu Santo que no vería la
muerte antes de haber visto al Cristo del Señor. Movido por el Espíritu, vino
al Templo; y cuando los padres introdujeron al Niño Jesús, para cumplir lo que
la Ley prescribía sobre Él, le tomó en brazos y bendijo a Dios diciendo:
«Ahora, Señor, puedes, según tu palabra, dejar que tu siervo se vaya en paz;
porque han visto mis ojos tu salvación, la que has preparado a la vista de
todos los pueblos, luz para iluminar a los gentiles y gloria de tu pueblo
Israel».
Su padre y su madre estaban admirados de lo que se decía de Él.
Simeón les bendijo y dijo a María, su madre: «Éste está puesto para caída y
elevación de muchos en Israel, y para ser señal de contradicción -¡y a ti misma
una espada te atravesará el alma!- a fin de que queden al descubierto las
intenciones de muchos corazones».
Comentario del P.
Chanoine Dr. Daniel
MEYNEN
(Saint Aubain, Namur,
Bélgica)
«Ahora, Señor, puedes (...) dejar que tu siervo se vaya en paz; porque han visto mis ojos tu salvación»
Hoy, 29 de diciembre, festejamos al santo Rey David. Pero es a
toda la familia de David que la Iglesia quiere honrar, y sobre todo al más
ilustre de todos ellos: ¡a Jesús, el Hijo de Dios, Hijo de David! Hoy, en ese
eterno “hoy” del Hijo de Dios, la Antigua Alianza del tiempo del Rey David se
realiza y se cumple en toda su plenitud. Pues, como relata el Evangelio de hoy,
el Niño Jesús es presentado al Templo por sus padres para cumplir con la
antigua Ley: «Cuando se cumplieron los días de la purificación según la Ley de
Moisés, llevaron a Jesús a Jerusalén para presentarle al Señor, como está
escrito en la Ley del Señor: Todo varón primogénito será consagrado al Señor»
(Lc 2,22-23).
Hoy, se eclipsa la vieja profecía para dejar paso a la nueva:
Aquel, a quien el Rey David había anunciado al entonar sus salmos mesiánicos,
¡ha entrado por fin en el Templo de Dios! Hoy es el gran día en que aquel que
San Lucas llama Simeón pronto abandonará este mundo de oscuridad para entrar en
la visión de la Luz eterna: «Ahora, Señor, puedes, según tu palabra, dejar que
tu siervo se vaya en paz; porque han visto mis ojos tu salvación, la que has
preparado a la vista de todos los pueblos» (Lc 2,29-32).
También nosotros, que somos el Santuario de Dios en el que su
Espíritu habita (cf. 1Cor 3,16), debemos estar atentos a recibir a Jesús en
nuestro interior. Si hoy tenemos la dicha de comulgar, pidamos a María, la
Madre de Dios, que interceda por nosotros ante su Hijo: que muera el hombre
viejo y que el nuevo hombre (cf. Col 3,10) nazca en todo nuestro ser, a fin de
convertirnos en los nuevos profetas, los que anuncien al mundo entero la
presencia de Dios tres veces santo, ¡Padre, Hijo y Espíritu Santo!
Como Simeón, seamos profetas por la muerte del “hombre viejo”!
Tal como dijo el Papa San Juan Pablo II, «la plenitud del Espíritu de Dios
viene acompañada (…) antes que nada por la disponibilidad interior que proviene
de la fe. De ello, el anciano Simeón, ‘hombre justo y piadoso’, tuvo la
intuición en el momento de la presentación de Jesús en el Templo».
Comentario del
Rev. D. Joaquim MONRÓS i
Guitart
(Tarragona, España)
«Han visto mis ojos tu salvación»
Hoy contemplamos la Presentación del Niño Jesús en el Templo,
cumpliendo la prescripción de la Ley de Moisés: purificación de la madre y
presentación y rescate del primogénito.
La situación la describe san Josepmaría Escrivá, en el cuarto
misterio de gozo de su libro Santo Rosario, invitando a involucrarnos en la
escena: «Esta vez serás tú, amigo mío, quien lleve la jaula de las tórtolas.
—¿Te fijas? Ella —¡la Inmaculada!— se somete a la Ley como si estuviera
inmunda. ¿Aprenderás con este ejemplo, niño tonto, a cumplir, a pesar de todos
los sacrificios personales, la Santa Ley de Dios?
»¡Purificarse! ¡Tú y yo sí que necesitamos purificación!
—Expiar, y, por encima de la expiación, el Amor. —Un amor que sea cauterio, que
abrase la roña de nuestra alma, y fuego, que encienda con llamas divinas la
miseria de nuestro corazón».
Vale la pena aprovechar el ejemplo de María para “limpiar”
nuestra alma en este tiempo de Navidad, haciendo una sincera confesión
sacramental, para poder recibir al Señor con las mejores disposiciones. Así,
José presenta la ofrenda de un par de tórtolas, pero sobre todo ofrece su
capacidad de sacar adelante, con su trabajo y con su amor castísimo, el plan de
Dios para la Sagrada Familia, modelo de todas las familias.
Simeón ha recibido del Espíritu Santo la revelación de que no
moriría sin ver a Cristo. Va al Templo y, al recibir en sus brazos lleno de
alegría al Mesías, le dice: «Ahora, Señor, puedes, según tu palabra, dejar que
tu siervo se vaya en paz; porque han visto mis ojos tu salvación» (Lc 2,29-30).
En esta Navidad, con ojos de fe contemplemos a Jesús que viene a salvarnos con
su nacimiento. Así como Simeón entonó el canto de acción de gracias,
alegrémonos cantando delante del belén, en familia, y en nuestro corazón, pues
nos sabemos salvados por el Niño Jesús.
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