Blog Católico de Javier Olivares, jubilado
El Evangelio de hoy
«¡Ay de vosotros, porque edificáis los sepulcros de los profetas que vuestros padres mataron!
Día
litúrgico: Jueves XXVIII del tiempo ordinario
Texto
del Evangelio (Lc 11,47-54): En aquel tiempo, el Señor dijo: «¡Ay de vosotros,
porque edificáis los sepulcros de los profetas que vuestros padres mataron! Por
tanto, sois testigos y estáis de acuerdo con las obras de vuestros padres;
porque ellos los mataron y vosotros edificáis sus sepulcros. Por eso dijo la
Sabiduría de Dios: ‘Les enviaré profetas y apóstoles, y a algunos los matarán y
perseguirán’, para que se pidan cuentas a esta generación de la sangre de todos
los profetas derramada desde la creación del mundo, desde la sangre de Abel
hasta la sangre de Zacarías, el que pereció entre el altar y el Santuario. Sí,
os aseguro que se pedirán cuentas a esta generación. ¡Ay de vosotros, los
legistas, que os habéis llevado la llave de la ciencia! No entrasteis vosotros,
y a los que están entrando se lo habéis impedido».
Y
cuando salió de allí, comenzaron los escribas y fariseos a acosarle
implacablemente y hacerle hablar de muchas cosas, buscando, con insidias, cazar
alguna palabra de su boca.
COMENTARIO POR EL
Rev.
D. Pedro-José YNARAJA i Díaz
(El
Montanyà, Barcelona, España)
Hoy,
se nos plantea el sentido, aceptación y trato dado a los profetas: «Les enviaré
profetas y apóstoles, y a algunos los matarán y perseguirán» (Lc 11,49). Son
personas de cualquier condición social o religiosa, que han recibido el mensaje
divino y se han impregnado de él; impulsados por el Espíritu, lo expresan con
signos o palabras comprensibles para su tiempo. Es un mensaje transmitido
mediante discursos, nunca halagadores, o acciones, casi siempre difíciles de
aceptar. Una característica de la profecía es su incomodidad. El don resulta
molesto para quien lo recibe, pues le escuece internamente, y es incómodo para
su entorno, que hoy, gracias a Internet o los satélites, puede extenderse a
todo el mundo.
Los
contemporáneos del profeta pretenden condenarlo al silencio, lo calumnian, lo
desacreditan, así hasta que muere. Llega entonces el momento de erigirle el
sepulcro y de organizarle homenajes, cuando ya no molesta. No faltan
actualmente profetas que gozan de fama universal. La Madre Teresa, Juan XXIII,
Monseñor Romero... ¿Nos acordamos de lo que reclamaban y nos exigían?, ¿ponemos
en práctica lo que nos hicieron ver? A nuestra generación se le pedirá cuentas
de la capa de ozono que ha destruido, de la desertización que nuestro
despilfarro de agua ha causado, pero también del ostracismo al que hemos
reducido a nuestros profetas.
Todavía
hay personas que se reservan para ellas el “derecho de saber en exclusiva”, que
lo comparten —en el mejor de los casos— con los suyos, con aquellos que les
permiten continuar aupados en sus éxitos y su fama. Personas que cierran el
paso a los que intentan entrar en los ámbitos del conocimiento, no sea que tal
vez sepan tanto como ellos y los adelanten: «¡Ay de vosotros, los legistas, que
os habéis llevado la llave de la ciencia! No entrasteis vosotros, y a los que
están entrando se lo habéis impedido» (Lc 11,52).
Ahora,
como en tiempos de Jesús, muchos analizan frases y estudian textos para
desacreditar a los que incomodan con sus palabras: ¿es éste nuestro proceder?
«No hay cosa más peligrosa que juzgar las cosas de Dios con los discursos
humanos» (San Juan Crisóstomo).
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